viernes, 16 de octubre de 2009



En algún momento pensé que había quedado adentro del libro que me prestó una muy amiga de esa época. Creía que se lo había devuelto con la carta de señalador. Era La conjura de los necios, si, título que cada vez que recordaba o alguien nombraba sentía una especie de molestia (la vergüenza se siente como arriba del ombligo, no?), pensar que mi amiga la había leído, una carta escrita a mi misma para abrir al año siguiente, un compilado de objetivos tontos a cumplir entre 1998 y 1999. Una carta privada, casi como un diario, llena de confesiones e intimidades. Envenenada. La imaginaba riéndose de cada oración. ¿Podría haberle pedido que me preste otra vez el libro aquel y ver si seguía adentro?. No.

Pero me equivoqué, estaba en un libro mío.
El otro día la encontré en las últimas páginas del Werther.
Doce años más tarde de lo previsto la leí.